Y CANTÁBAMOS "GRACIAS A LA VIDA"
Marcelo y yo no nos amábamos ni un poquito.
No sabíamos cómo se enteraba uno de aquello que llamaban “amor” en las pelis, pero eramos amigos, los mejores amigos del mundo.
Tenía el pelo rubio como Crispín, el del Capitán Trueno, ojos violetas, como los de la Taylor y la boca llena de risas cuando hablaba de sus amores, porque no existían.
Entre el y yo, solo había una guitarra llamada Federica, y unas ganas de que la afinase alguien, sin cobrar, porque no teníamos un duro y la pobre, sonaba fatal.
Me esperaba en el portal de casa, y a mi me daba risa su cara de Cristo, aunque los dos sabíamos que el nazareno, no podía ser rubio.
Caminábamos con Federica en dirección al barrio gótico.
La plaza de San Felipe Neri, era nuestra, y si no lo era, la hacíamos nuestra, porque nos sentábamos en ella todos los domingos y junto con Andrés, Montse y Manolo, maltratábamos todas las canciones de Silvio Rodríguez y Violeta Parra.
"Joder", -decía Andrés tocándose el trasero-.
Siempre el Gracias a la vida ese. Pues no sé de qué,
porque no tenemos un duro, estamos en una dictadura y encima somos unos desterrados del arado, le toca los cojones, con el gracias dichoso.
Andrés maldecía siempre a la gente de dinero, a la derecha que le había quitado el trabajo a su abuelo y estigmatizado a su padre que tuvo que dejar la Universidad por “rojo”.
Luego se hizo de Fuerza Nueva, se casó con una muchacha del Opus y persiguió a los “rojos de mierda”.
Montse y Manolo cantaban mientras sus manos se rozaban sin disimulo, allí en aquella placita recóndita, junto a la iglesia llena de agujeros de metralla, que nadie arregló, porque era el testimonio de una guerra sin sentido, aunque tan sentida, y tan larga, que seguiríamos viviéndola después de setenta años.
Ellos dos se fueron a escondidas, escapando de las palizas que el padre de Montse la propinaba.
Tomaron aquel barco con dirección a Australia y nunca mas cantamos juntos el “Gracias a la Vida”.
Marcelo y yo, seguimos sin amarnos ni un poquito.
De vez en cuando, volvía a esperarme en el portal de casa, sabía que estaba a punto de casarme, no lo entendía, pero no decía nada.
Volvíamos al suelo de la plaza.
“Gracias a la vida, que me ha dado tanto....”
He escrito este poema....mira,” y yo lo leía....no me gusta....rima, sabes que no me gusta la rima.
“Bueno, pero ella no es como tú” Me contestaba muy digno.
“Ella es normal, tú eres rara”
Y te ha dicho que te quiere?
“No, no me quiere, pero los poetas tenemos que sufrir...”
Y lo decía seguro de que era cierto.
Se fue a rodar las carreteras en Estados Unidos,queriendo ser un nuevo Jack Kerouac.
Buscando sufrir por amor, o por hambre, quien sabe.
Volví a verlos, a el y a una Federica algo baqueteada, veinte años más tarde.
Su aspecto de hippy trasnochado me hizo reír y el me besuqueó cuanto quiso, llamándome
“Amor, dulce amor” en cuatro idiomas distintos, aunque no nos amábamos ni un poquito.
Pasados unos años, alguien me dijo que "Ya no estaba"
Le encontraron en la calle tirado, con un poema arrugado en el bolsillo.
Federica había desaparecido.
Sin darme cuenta, camine y llegué al sitio de siempre.
Después de tanto tiempo.
Unos muchachos bailaban rap para un anuncio.
Estaban filmando.
En nuestro rincón hay un hotel.
Me marché llorando.

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